Paseo por las bohemias y coloridas calles del barrio de Gracia. Uno de mis barrios favoritos de Barcelona, donde mi mente y la esencia de sus metros cuadrados, de sus locales, su gente, su espíritu, se fusionan, y me pierdo.

Me pierdo en una mañana de sábado, a las once y cuarto, en la calle Asturias hacia el corazón de este mágico rincón de mi ciudad; entre colores, matices y viento helado, que a medida que pasa el invierno, se vuelve adictivo; niños que juegan, rostros serios, otros cálidos, amantes que se descubren y grandes artistas que celebran su talento. Respiro. Observo sútilmente las caras que encuentro.

Imagino cómo son, cómo viven, sus costumbres, me guío por sus gestos y miradas, por su energía.

Imagino si son felices, si se sienten bien, si sueñan. Me pregunto si acaso intentan cambiar algo, si tienen propósitos para este nuevo año. Desvío mi atención a mis propósitos, mis sueños, mis metas. Pienso en crecer, conocerme mejor, en reinventarme, en cómo ayudar a otros a hacerlo. Dentro de todo los aconteciemientos mundiales, entre unos cuantos atentados y una guerra inhumana como la de Siria, sin organizaciones mundiales que se preocupen de todas esas vidas, de presidentes electos sin valores ni principios, creo firmemente en el valor de reiventarse de una manera más humana.

Tratar de ser un poco mejor, vivir mejor cada día, no solo por el bien de los demás sino por nosotros mismos. Me inmerso por las plazas, sus bares, sus tiendas, la magia que envuelve ese ambiente que nos invita a nada más que a vivir el presente, elevo mi rostro hacia el sol y me lleno de su luz, no puedo evitar relacionar esa sensación con diferentes herramientas para hacer realidad ese propósito. Ser agradecido. La mente juega un papel más importante de lo que imaginamos, aunque no estemos acostumbrados a ser positivos o pensar en cosas buenas todo el tiempo. Pensar en algo que realmente apreciamos, una vez al día, no importa cuán grande o pequeño pueda ser. Sentir gratitud, marcará notablemte nuestra energía a través del día.

Ser amable. Las formas marcan la diferencia enormemente en nuestras relaciones personales, incluso con nosotros mismos. Ser autoconscientes de nuestras palabras y gestos, es clave para crear armonía. Ser paciente. ¿Cuántas cosas queremos inmediatamente? Desde saltar de puestos de trabajo a costa de otros, a deslizar a la derecha para ligar, ¿Verdad?. Se nos olvida que las cosas valiosas, las que siempre recordaremos, son las que se trabajan, las que se ganan, las que cuestan, y dentro de ello, el tiempo y la paciencia son claves.

Desprenderse del móvil. Aunque sea una hora al día. Aparte de no comer con el móvil cerca, nos mantendrá más despiertos y veremos que incluso nuestro margen de atención es más amplio. Necesitamos más sensaciones reales. Ser generoso. Donar dinero no es el único acto de generosidad, también está nuestro tiempo. Dedicar una hora a la semana a hacer algo diferente que repercuta directamente en la vida de un ser vivo, nos hará sentir más vivos.

Dejar ir. Peleas, malos ratos, roces, proyectos que no resultaron, relaciones que acabaron, sentimientos de culpa, de rabia, y todas las piedras en nuestra mochila que no hacen más que hacernos más pesado el camino.
Soltar, lanzar, dejar ir, liberarse.

Ser amistoso. He de reconocer que hago amigos hasta con el conductor del autobus al que subo, pero no ha de llegar a ese extremo, cada uno es como es.

No obstante, saludar y sonreír a las personas de los sitios donde vamos nos abrirá considerablemente muchas puertas, y por consecuente nos hará descubrirnos más. Incluso hacer un nuevo amigo! Ser valiente. Hagamos algo que nos de respeto, miremos a los ojos a nuestros miedos, y arriesguemos. Vivir sin miedo es muy gratificante. Si hay una cosa que todos podemos hacer juntos es crear una mejor versión de nosotros mismos. Nuestro potencial no tiene límites.

WhatsAppEmailTwitterFacebookTelegram