Hace poco más de un año que el presidente del Gobierno de nuestro país declaraba el Estado de Alarma debido a la llegada de la covid-19. En aquel momento, pocos podíamos imaginarnos todo lo que nos quedaba por vivir y las situaciones tan duras que estaban por llegar. Vivimos en aquellos días una imagen apocalíptica de nuestras ciudades: calles vacías, colas en la puerta de los supermercados, negocios no esenciales cerrados y miedo, mucho miedo, especialmente a lo desconocido.

Lo peor estaba aún por venir, ya que la llegada por sorpresa del virus y su rápida incidencia de contagio ocasionó que nuestros sanitarios tuvieran que enfrentarse a él en las peores circunstancias, sin material para protegerse y sin los conocimientos necesarios para poder combatirlo. Fue justo entonces, en el peor momento de la pandemia, cuando nos dimos cuenta de la importancia de los servicios públicos, en especial de la sanidad, y de todo lo relacionado con los servicios de atención a las personas.

Aún me emociono cuando recuerdo aquellos aplausos a las ocho de la tarde para rendir homenaje a nuestros sanitarios, que estaban batallando con toda sus fuerzas para salvar nuestras vidas; a los cuerpos de seguridad, que se encargaban de protegernos pese a las terribles circunstancias; a los servicios de limpieza, que tuvieron que implantar nuevos protocolos para poder continuar su trabajo en las máximas condiciones de seguridad, y al resto de sectores esenciales, que fueron imprescindibles para poder resistir y retomar nuestras vidas. El confinamiento, acompañado en muchos casos de la soledad, sobre todo entre las personas más mayores, con sus escaladas y desescaladas, sumadas al miedo y sufrimiento por el contagio o la muerte de amigos, familiares o vecinos, lo hemos resistido, lo estamos resistiendo, sobre la base del coraje y la voluntad compartida de salir de esta.

En aquellos primeros meses, lo primordial fue protegernos, salvar las vidas, pero ya empezaba a verse el problema de fondo que nos acarrearía esta pandemia, que era una crisis social y económica sin precedentes. Las familias más vulnerables, con economías más precarias, fueron las primeras en sufrir la falta de recursos. Neveras vacías, viviendas poco confortables en las que tenían que permanecer las 24 horas del día, falta de recursos tecnológicos para hacer el día a día más llevadero…

La comprensión del impacto que la pandemia iba a tener sobre la población llevó al Gobierno de España a la declaración de los sucesivos Estados de Alarma, y la voluntad de que fuesen consensuados permitió la actuación concertada del Ministerio de Sanidad y las Comunidades Autónomas, y la constitución del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud. Esta actuación concertada y coordinada ha permitido tomar decisiones con equidad y justicia interterritorial. Debemos también alabar en este sentido la actuación de una Unión Europea que ha demostrado, con dificultades, la voluntad de hacer de su espacio un lugar común.

Este gobierno, con el claro impulso de Unidas Podemos, se puso rápidamente a trabajar y tomar disposiciones para que en esta ocasión no ocurriese lo que ya pasó en la crisis del 2008, cuando los sectores más vulnerables de la población tuvieron que pagar sus consecuencias. En esta ocasión, se han protegido los puestos de trabajo mediante los ERTE, se han proporcionado ayudas a autónomos y pequeños empresarios, se ha promulgado una ley anti desahucios mientras dure el estado de alarma. Todas ellas, ayudas que han resultado vitales para mantener la economía de nuestro país y, por tanto, las de miles de familias.

Siendo optimista e intentando buscar el lado positivo de la pandemia, encontramos que hay cosas que nos han hecho la vida más fácil, como por ejemplo la importancia del uso de las nuevas tecnologías. Las videollamadas nos han hecho sentirnos cerca de nuestros familiares y amigos, los estudiantes han podido completar su año escolar mediante las clases online, se han adaptado entornos deportivos y culturales a plataformas de difusión que nos han hecho más llevaderos los días de encierro. Por otro lado, no podemos olvidar que durante los meses de confinamiento hemos alcanzado niveles de reducción de la contaminación que hacía años que no se conseguían. Se ha implantado el teletrabajo y regulado una ley que blinda los derechos de los trabajadores y, con ello, se ha contribuido a reducir desplazamientos innecesarios.

Ahora, un año después y con la vacuna entre nosotros, empezamos a ver la luz al final del túnel, con la esperanza de que pronto podamos darnos todos esos abrazos que tanto deseamos y que tenemos pendientes, convencidas de que solo las políticas económicas y sociales que miran hacia la izquierda nos permitirán una salida que no deje a nadie atrás.

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