Una de las cosas que primeramente se le criticó al expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, cuando se destapó el escándalo que ha llevado a toda la familia Pujol al candelero, fue el hecho de que hubiera estado 23 años ininterrumpidos en el cargo. El hecho de haber permanecido tanto tiempo en el poder, permitió a sus adláteres crear toda una tupida red clientelar y tramas oscuras de asqueroso amiguismo que tan solo con el tiempo han salido a la luz, generando la indignación de todo el mundo. Pues bien, si esto ha pasado con 23 años…¿qué no puede haber pasado en nuestro ayuntamiento cuando llevan 36 años mandando los mismos? La imaginación se dispara y, por desgracia, en ningún caso para bien.

Cualquier persona de la ciudad que haya tenido tratos directos o indirectos con nuestro ayuntamiento, podrá explicar anécdotas sobre los “particulares” métodos –todos ellos de fachada absolutamente legal, faltaría más– que existen entre las paredes de nuestra casa consistorial para beneficiar a sus “amigos” y/o presionar a los que no son sus incondicionales acólitos. Y esto, que tan solo puede ser conseguido cuando el poder se estanca en su poltrona durante años y años –36, más concretamente– no beneficia a l’Hospitalet ni a su ciudadanía, bien al contrario.

Por mucho que los buzones se llenen de grandilocuentes fotos, de tremebundos titulares publicitarios, de faraónicas Torres de Babel y de proyectos mesiánicos que tan solo enriquecen a los de siempre, la ciudadanía, los hospitalenses de a pie, no se benefician absolutamente de nada. Eso sí, en los dos meses antes de cada elección, como quien espera la visita de la suegra, todo lo que no se ha hecho durante cuatro años se hace para tenerlo a punto para la foto de turno y para jactarse de ello. Esto no es trabajar para la ciudad, sino oligarquía y caciquismo.

36 años de puertas cerradas a la ciudadanía hacen que el tufo a “cortijo particular” del actual partido en el gobierno traspase los gruesos muros de nuestro ayuntamiento. Y es por el bien de la ciudad, por el bien de los y las hospitalenses, que hay que abrir esas puertas y renovar su contenido con urgencia.

El ayuntamiento huele a naftalina, y la naftalina, como bien sabrá, es altamente venenosa.

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