Acabósele tirar de veta, a la cantora de España. Remate de infarto para esta singular dama de la farándula, ahora brutalmente maltratada por una prensa del corazón sin corazón de la que tantos palos ha recibido a cuenta de empacharse con exclusivas onerosas en su beneficio. Finiquito dramático a décadas de hartazgo mediático voraginado, a dentelladas de verdadero anuncio dentífrico, las longanizas con las que se ataba a las verjas de mansiones, cortijos y otras riquezas de buen vivir junto a personajes de su ralea. Óbito oportuno a sus presuntas apropiaciones –presuntamente presuntas en el país de las presunciones…– de bienes tangibles, en esa Marbella bajo sospecha que tiembla en horizontal y vertical… ¡Muerto el rey, viva el rey!

Cárcel al fin para sus carnes y huesos, por supuesto: mil años, mejor que cinco. Rejas de barrotes para ella, que nos quite de la memoria la bondad de sus taconeos y alardes en los escenarios cantando aquello de… Castigo ejemplar para sus tramoyeos urbanísticos, fiscales y ganaderos en entarimados proscritos a la gente decorosa, sus romerías por lo ajeno sin bajarse del carro y ese estrellato catódico sin parangón simbolizado con sus gafas negras encajadas a presión en la cara. Que calle, ahora que debe, y nos deje asumir el daño que hemos recibido de tanto dejarnos embelesar hipnóticos de sus alaridos coplísticos de sirena de las orillas del Guadalquivir. ¡Leré!

Piérdase en el olvido su memoria, pero antes que devuelva cada céntimo de euro con los que haya podido engrosar sus cuentas dinerarias en su fechoría. Silencio para su música y su letra, y requisitorio por su compadreo con las tramas delictivas y esos enviones con los que se sacudía de encima a los periodistas como la caspa. Mutis de facto a sus declaraciones defendiéndose, no queremos oírla lagrimándolas con cara de cinemascope, y aplausos por su defenestración miserable. Más dura el tiempo que la fortuna y ella, para los restos, ya ni lo uno ni lo otro. ¡Arsa, mi vida!

!Fiesta¡ Que nos canten otras coplistas con más de aquí que de allí, desde ahora. Haberlas las hay, que entonan sus letras y sus zarandeos con más postura y recato que la susodicha. Por ejemplo, la Mengana, la Zutana, la… y cien más que la superan en enjundia y arte. Que sean ellas las que, en adelante, nos hagan estremecer y llorar con sus arrebatos y pasiones escénicas a los españoles, !olé!, sin tener que regurgitar lo que nos ha costado la última ocurrencia de la Tal. Pero, cómo ha podido, ¡cómo!

Facilitémosles el camino a esas prometedoras ninfas veleidosas que, entalladas en sus vestiditos de gitanillas, ya castañean con sus pies repiqueteando los tablados buscando sitio. Tienen escuela y arrestos para eso y más. Compremos desde ya convulsivamente su intimidad, por tan poca cosa como encender a diario la tele devorando los programas necrófagos en los que hablen de sí mismas y hasta de sus génesis cromosómicas. Hagamos por saber cuanto se refiera a su novedad, cierta o improbable, para que así se encimen fulminantes a esa popularidad que nos reconcome las entrañas –envidia sana, claro…–. Extendamos entre nosotros y nosotras urbi et orbi sus noticias como aceite en el agua, los rumores que se avistan en el horizonte, lo irreal y fantasioso de sus biografías, mentándolas. Mercadeemos a la mínima ocasión sobre lo suyo en los inocentes concursos televisivos, como uno o una más, demostrando nuestra sin par erudición escatológica, para de esta guisa glorificarlas en ese cadalso efímero en el que no tardarán en saldar cuentas. Pena, penita, pena…

Suerte, Isabel: la necesitaremos sin ti.

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