Venid niños y niñas, acercaos a mí, porque un lindo cuento os contaré. Rodeadme y sentaos, disfrutad de este instante. Sabéis que dos más dos son cuatro, y que “burro” se escribe con dos “r”, más no sabéis el cuento que os enseñaré. Aprestad atención, y abrid bien el oído, porque secretos del cielo os proclamaré. Hoy el sol brilla más que nunca, aprovechemos el momento, que el tiempo se nos escapa de las manos. Como en todos los bellos cuentos comenzaré…

Érase una vez, en un alto pueblo de montaña, muy cerca del cielo, donde la tristeza nunca llega, los leñadores construyeron un gigante de madera. Un gigante de tal medida que con sus manos alzadas el cielo podía tocar, pero el gigante no sabía de amores y de ilusiones. Por las noches el gigante miraba la luna y las estrellas, y sentía que en algún lugar hallaría su corazón de madera. Así los días pasaban, y en aquel pueblo de montaña el gigante era el único que no era feliz, a pesar de poder tocar de la noche los luceros.

Pero como una peregrina que siempre prosigue su camino, una noche al pueblo llegó una poetisa llamada Gaviota. Gaviota recitaba sus versos a la la luz de la luna, y el gigante de madera por primera vez sonrió. Ahora el gigante podía tocar el cielo con sus sentimientos de madera, y las estrellas ahora brillaban en el firmamento de su interior. Gaviota recitaba al aire sus versos nocturnos, cuando la gente del pueblo dormía, llenando el lugar de amor y de esplendor. Pero algo le ocurre a Gaviota, de pronto ella está llorando.

“¿Qué te ocurre poetisa Gaviota?”, le preguntó muy preocupado el gigante. Gaviota respondió: “Puedo llenar el lugar de felicidad, sonríen todas las criaturas de la noche, búhos, ardillas y hasta los cuervos, pero no logro alcanzar el corazón de los hombres”. Así Gaviota lloraba y lloraba y no encontraba quien de su pena la consolara. Gaviota prosiguió entre lágrimas: “Quiero llevar también a los hombres el dulce sentimiento de la felicidad, todos los colores de las emociones del amor”.

El gigante le contestó: “Gaviota tú has nacido para ser poetisa, tú me diste corazón y yo te daré la solución”. Así el gigante de madera extendió al cielo sus manos y arrancaba las estrellas, para que Gaviota pusiera sobre ellas sus versos. Luego el gigante lanzaba por los aires las estrellas impregnadas con los versos de su amiga la poetisa. Esa mañana todos en el pueblo despertaron con la sensación de estar en otro mundo, donde la felicidad que hasta entonces habían conocido se volvía de pronto insignificante.

Estrellas del cielo de la mano del gigante, para los versos de Gaviota la poetisa, y el lugar se llenó con colores que nunca antes habían contemplado. Las flores desprendían apasionadas melodías y la hierba siempre mantenía de la primavera el encanto. Paraíso en la tierra, los versos de Gaviota eran palabras impregnadas con el polvo de las estrellas. Las estrellas del cielo nunca se acababan, para millones de poemas, millones de luceros. Pero un día de repente la tragedia visitó el pueblo, Gaviota había desaparecido.

El lugar de la alegría se tornó en profunda pena, la oscuridad de la noche cubrió hasta sus corazones, y el gigante perdió su corazón de madera. El gigante gritaba en medio de la noche: “¿Dónde estás Gaviota, dónde estás corazón mío?”, y así una noche tras otra, sin que nadie supiera donde se encontraba la poetisa. Sin poder soportarlo más, el gigante emprendió el camino a la búsqueda de Gaviota, buscándola desesperadamente por todos los contornos, buscándola de día y de noche, sin conseguir encontrarla.

¿Pero no pensaréis que este cuento acaba así no?. Por fin el gigante encontró a Gaviota en la orilla del mar, enseñando a las sirenas el arte de sus poesías. “¿Por qué te fuiste poetisa sin avisar, llevándote contigo mi corazón?”, le preguntó el gigante. Gaviota le contestó: “Porque tuve miedo, temía que algún día las estrellas del cielo se acabaran, y mis versos ya no fueran capaces de llegar al corazón de los hombres”. El gigante le contestó: “Gaviota, tú puedes darme corazón, yo te daré la solución”.

Así que el gigante extendió sus brazos hacia el cielo, y con sus manos agarró la luna, arrastrándola y acercándola hacia la tierra. Ahora la luna alumbraba como el sol aunque fuera de noche, y los rayos de la luna iluminaban los versos de la poetisa. Siempre habrá luz de luna sobre los versos de Gaviota, mientras el sol refleje en la luna su luz. Ya no habría final para la “magia” de los versos de la poetisa, mientras duren el sol y la luna. Rayos de luna sobre los versos de Gaviota para emocionar por siempre los corazones. Y colorín colorado este cuento ha terminado.

“¡Profesor!”, gritó una niña de pelo caoba y ojos de miel. “Dime niña”, dijo el profesor. La niña volvió a gritarle con una amplia sonrisa: “Usted es Gaviota la poetisa”. El profesor se acercó a la niña, la tomó en sus brazos, la besó, y muy dulcemente le dijo al oído: “Tú eres mi gigante de madera, y este será nuestro secreto”.

Juanjo Conejo – Mollet

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